Un sistema usurero de más de 5000 años ha desembocado en el sistema financiero moderno, basado en la creación de dinero por parte de entidades financieras y en la imposición de intereses, ha sido objeto de críticas desde diversas perspectivas históricas, filosóficas y económicas. Aristóteles, en su obra Política, ya advertía que el dinero no tiene como función natural reproducirse a sí mismo, sino que su propósito es servir como medio de intercambio y medida de valor. Sin embargo, el regimen bancario actual ha distorsionado esta función, convirtiendo el dinero en un bien en sí mismo, lo que ha generado consecuencias negativas como la inflación, la explotación económica y la acumulación de deuda. Este texto explora cómo los bancos crean dinero de la nada, cómo el interés compuesto y la inflación afectan a la sociedad, y propone una reforma monetaria que devuelva al dinero su función original como herramienta de intercambio/pago y medio/medida de valor.
El papel moneda surge en china a causa de los problemas que había empezado a tener el gobierno con los prestamistas privados. Más tarde pasaría a Europa donde los orfebres se encargaban de cuidar el oro y emitir unos vales equivalentes a la cantidad depositada. El problema es que se fue volviendo un negocio donde se emitían cada vez más vales por una misma cantidad de metales, cobrando la diferencia en intereses por metales que ni existían. Escasez provocada y principio de inflación que es lo que después se utilizó para endeudar naciones. Sin embargo han existido métodos alternativos de dinero desde los egipcios, pasando por Grecia hasta la edad media y las misiones jesuitas de Perú y Paraguay. Se creaba una moneda respaldada en una reserva real, pero está moneda perdía valor o se desgastaba por lo que debía circular antes de retirarse.
Incluso durante la edad media el trabajador solo trabajaba un promedio de 4 meses en total lo que le permitía subsistir todo el año sin deudas. También existia el sistema talonario inglés como forma de cuenta el cual se basaba en un palo partido en dos, el gobierno conservaba uno y el trabajador otro cada partición era única por ende no podía falsificarse y en cada uno se iba tallando los pagos.
Sin embargo desde hace siglos tanto entidades financieras como los bancos comerciales tienen la capacidad de crear dinero a través del sistema de reserva fraccionaria. Este mecanismo permite a los bancos prestar una cantidad significativamente mayor de dinero del que realmente tienen en reserva. Por ejemplo, si un banco recibe un depósito de 100 unidades monetarias y el coeficiente de reserva es del 10%, puede prestar 90 unidades, creando así dinero nuevo. Este proceso, aunque regulado, implica que gran parte del dinero en circulación no está respaldado por bienes o servicios reales, sino que es, en esencia, "dinero creado de la nada". Ya que teniendo solo 100 unidades de billetes reales se registra en el sistema 190 más 5 de intereses, en tan solo 20 depósitos iguales le permitirían encajar 100 unidades que retiraran hacia sus arcas.
El interés, por su parte, es una invención financiera que permite a los prestamistas obtener ganancias sin una contrapartida directa en la producción de bienes o servicios. Aristóteles consideraba esta práctica antinatural, ya que el dinero no puede multiplicarse por sí mismo. Sin embargo, en el sistema actual, el interés compuesto genera un crecimiento exponencial de la deuda, lo que traslada una carga económica a los precios de bienes y servicios, afectando a empresarios, empleados y ciudadanos por igual. Este mecanismo perpetúa una cadena de explotación, donde los actores económicos están obligados a trabajar solo para pagar deudas e intereses que, en muchos casos, no tienen un sustento real en la economía productiva.
La inflación es uno de los efectos más visibles de la creación de dinero sin respaldo. Cuando los bancos incrementan la oferta monetaria sin un aumento proporcional en la producción de bienes y servicios, el valor del dinero disminuye, lo que se traduce en un aumento generalizado de los precios. Así como cada producto es igual a una unidad de billete, cuando por el mismo producto se multiplica el mismo billete, esto hace que cada vez se necesiten más billetes para el mismo producto, lo cual es casi como falsear o palanquear la moneda. Si llevamos el mismo ejemplo a la moneda agregándole un valor artificial dependiente de la oferta/demanda distorsionando la producción real la convertimos en mercancia, hacemos lo más antinatural y antieconomico al utilizar una moneda como respaldo de otra moneda. Este fenómeno actúa como un impuesto indirecto sobre la población, recargado al consumidor, ya que reduce el poder adquisitivo de los ciudadanos y beneficia a quienes tienen acceso al dinero recién creado, como los bancos y los grandes inversores cuya ganancia no va a ser en la moneda devaluada sino en divisas, metales y productos de la canasta básica de la cuales depende en el 90% toda la producción.
Además, el interés compuesto contribuye a la acumulación de deuda, tanto pública como privada. Los gobiernos, empresas y hogares se ven obligados a contraer préstamos para financiar sus actividades, pero el pago de intereses excesivos desvía recursos en especulación cuando podrían destinarse a la inversión productiva o al bienestar social. Este ciclo de deuda e inflación perpetúa la desigualdad y limita el desarrollo económico sostenible.
Muchos han propuesto simplemente una moneda sin interés. Muy bien, esto sin embargo puede generar dos problemas por un lado correría riesgo de emitirse a causa de su utilización como ahorro y esto provocaría un interés invertido, es decir los especuladores ofertarán la moneda más barata que el mismo Estado por ejemplo mientras el estado da una unidad de billete equivalente a uno, algunos comprarían a los ahorristas cinco billetes por cuatro billetes vendiendo dos billetes al precio de un billete establecido desde el Estado. Esto es lo que paso con los greenbacks norteamericanos después de la guerra civil que sirvió originalmente por un lado a Lincoln para financiar las armas y soldados sin endeudarse con los bancos y por otro a los granjeros endeudados con los bancos a causa de los prestamos o la falta de crédito, para terminar siendo objeto de ganancia por los mismos bancos que los acumulaban devaluandolos y sacando la diferencia con el dólar como ganancia en oro.
Cómo el dinero —a diferencia de la moneda— puede reducirse a un simple valor contable, muchas veces las mismas propiedades se ven reducidas en meras posesiones y mercancías como cualquier otra, volviéndose así objeto de usura. Ya lo decía Gesell: el problema a resolver no es solo la moneda. Una casa, un terreno, una herramienta o incluso un animal pueden ser motivo de especulación, ya sea incentivada o provocando escasez. No en vano, cuando la moneda se devalúa a niveles críticos, el dinero pierde su función y resurge el trueque. Por eso, los bienes y servicios deben crecer en proporción a la población, en lugar de ser controlados por particulares que se aprovechan de la necesidad. El objetivo sano y natural debe ser satisfacer las necesidades, no fomentar la usura. En este contexto, surge una herramienta tecnológica: la moneda, como medida o medio para impulsar el desarrollo de bienes y servicios necesarios, en sintonía con el crecimiento demográfico.
Frente a estos problemas, es necesario replantear el objeto del dinero en la economía. Una solución radical pero coherente sería devolver al dinero su función original como herramienta de intercambio/pago y medida/medio de valor, eliminando su carácter de bien acumulable. Para ello, se podría implementar una tasa de interés negativa sustentable, que incentive el uso del dinero en lugar de su acumulación. Esta tasa negativa podría combinarse con un sistema de vencimiento del dinero, donde las unidades monetarias pierdan valor gradualmente después de un período determinado, por ejemplo, cinco meses, seguido de un período de oxidación de tres. Este enfoque evitaría la acumulación especulativa de dinero y fomentaría su circulación en la economía real. En si básicamente se retoma el sentido de Bien común o servicio público en la moneda, simplemente se hace lo que se hacía con los vagones de trenes cuando se retrasaba su circulación, se le cobraba una multa.
En este sistema, el ahorro no se basaría en la acumulación de dinero, ya que una herramienta de intercambio no puede servir para acumularse, sino en la inversión en activos productivos, como bienes y servicios de la canasta básica, o en la inversión en cajas de ahorros en bancas éticas que mantengan el valor del dinero fijo, sin intereses ni oxidación y solo en función de ahorro y no como herramienta de cambio. Es decir esos vales y pagarés que llamamos moneda se irían trasmutando en bienes y activos reales: ya sea una casa, un auto, una empresa etc. Estas instituciones podrían operar bajo principios de transparencia y responsabilidad social, asegurando que el dinero sirva como un medio para facilitar el intercambio y no como un fin en sí mismo.
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