Herramienta de Cambio/Pago y Medio de Valor
Al asignársele un valor ficticio, la moneda degenera su calidad en cantidad, convirtiéndose en mercancía. Esto provoca que su escasez o su exceso artificial generen flagelos como la deflación y la inflación, contradiciendo los principios orgánicos de la naturaleza.
Del mismo modo, al utilizarla como monopolio de cambio —establecido como balanza de pagos— se crea una dependencia del comercio internacional con otros monopolios mercantiles, los cuales generan deuda externa.
Cuando la moneda se subvierte para beneficiar preferencias temporales, se impone un impuesto privado en forma de tasa contra riesgos futuros. Esto permite al ejecutor cobrar intereses ficticios e infinitos, creando dinero inexistente como garantía y violando todos los principios económicos. Es el método más antieconómico posible, tan absurdo como medir una pared con un termómetro.
La moneda es la medida de la economía donde circula. Si una moneda se respalda en otra como reserva, se produce un desfase en las mediciones, derivando en una unidad de cuenta basada en la especulación.
¿Qué es el dinero?
Dinero y moneda no son lo mismo. El dinero es contable, desde el trueque hasta el dinero electrónico. La moneda, en cambio, es un objeto concreto cuya garantía es la confianza.
Una población de productores necesita comerciar. Para ello, tiene dos opciones o producir más e intercambiar excedentes, lo cual es inviable porque no todos pueden producir en igual medida ni encontrar contrapartes con necesidades complementarias; o emitir un vale en especie (representante de un bien/servicio comerciado), que cumple la función perfecta de moneda, letra o pagaré: una promesa que se liquida al concluir un período.
Para evitar que esta herramienta caiga en manos de monopolios —políticos o económicos—, la autoridad debe residir en un organismo integrado por todas las ramas de la producción. Así se evita el acaparamiento y se fomenta el compromiso común. Esta moneda no genera deuda, cumple una función pública y su único interés natural es su uso.
Solo al retomar la moneda como certificado o vale de producción real, recupera su función natural de herramienta/medio de cambio/pago. Cada unidad monetaria corresponde a un bien/servicio comerciado.
La moneda pertenece exclusivamente a los ciudadanos y prosumidores (consumidores/productores). Su garantía es la producción de cada individuo, que la pone en circulación. Los bienes y servicios que la respaldan conforman la canasta básica de reserva de valor real: trigo, algodón, acero, agua, energía, suelo fértil, mantenimiento, comunicaciones, etc. Si algún elemento se usa con fines especulativos, puede ser reemplazado.
La moneda, como promesa de pago, es una deuda circulante natural y garantizada. Se emite, circula y se destruye: nace de una contraprestación real para ser invertida en algo real. Para asegurar esto, existe una tasa contra demora por sobre estadía que evita el acaparamiento (retiro privado de circulante, que fuerza emisiones artificiales) como la necesidad de emisión secundaria.
Como todo certificado, tiene un vencimiento. Tras este período, el vale pierde valor porcentualmente hasta salir de circulación, afectando solo a su tenedor. Así, la moneda se autofinancia y se cancela a sí misma.
Ya no vivimos en la era estática del oro como respaldo. Hoy, la energía —el hecho de estar sentados con la luz encendida— es el sustento dinámico.
En economía, todo es movimiento, especialmente en el comercio. El uso de energía es constante, desde los actos más mínimos hasta los máximos, sintetizando lo subjetivo y lo objetivo. Los kilowatts-hora —medida que abarca desde el trabajo realizado hasta la satisfacción de necesidades— sirven como unidad de cuenta descentralizada. Esta medida es universal: igual en Japón, Europa o América, de noche o de día, en invierno o verano, sin espacio para la especulación.
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