EL POPULISMO


El Levantamiento De Los De Abajo Contra La Elite


A lo largo de la historia, derecha e izquierda han moldeado la política. Tradicionalmente, han sido complementarias. ¿De dónde surge el concepto de estas diferencias? Antiguamente, se las conocía como vía derecha y vía izquierda: la primera ligada a la claridad espiritual y lo recto, frente a la segunda, más asociada a lo flexible, lo material y las sombras.

Con el inicio de la modernidad, primero con las monarquías y luego con las repúblicas, el gobierno se centraliza institucionalmente. Izquierda y derecha ya no se complementan, sino que se enfrentan a muerte. Esto se debe al surgimiento del liberalismo, que culturalmente desarrolla los postulados de la vía izquierda; con el tiempo, esto derivaría en socialismo y, más tarde, en los fascismos del siglo XX.

Hoy, al entrar en la posmodernidad, izquierda y derecha comienzan a confundirse, mezclarse e incluso volverse insignificantes, retomando el lugar natural que siempre ocuparon en el tejido cultural y social. Lo que conocemos como la derecha capitalista, explotadora y expansiva, obstaculizada por una izquierda social con intenciones de redistribuir la riqueza, se modificaría cuando los sectores de izquierda tomaron las riendas del Estado y la derecha se instaló en las empresas y la banca. Lentamente, los fracasos de ambos bandos los llevaron a adoptar características del otro: la izquierda se volcó al mercado, y la derecha, a lo social.

Hoy, los sectores progresistas —herederos de las antiguas izquierdas radicales— se encargan de desdibujar los límites culturales de las sociedades, socavando sus tradiciones y allanando el camino para las derechas. La fusión definitiva entre izquierda y derecha se dio con la caída del Muro de Berlín, cuando la agenda neoliberal impuso una política liberal y una economía socialdemócrata, o viceversa. Ya no predominan los reclamos sociales y la distribución del capital, sino los derechos individuales, las minorías y la singularidad. Lo que antes era la formación de un proletariado contra una burguesía nacional, hoy se adapta a un precariado jornalero al servicio de financistas globalizados.

A través de la globalización y la gobernanza privada, se somete a los pueblos. La Sociedad Abierta busca exterminar la sociedad tribal; la gran aldea de información y desinformación, controlada por grupos mediáticos, ya declaró la guerrilla informática, mientras que grupos globales y locales ("glocales") responden. Incluso las oposiciones son monitoreadas por los poderes reales como opciones dentro del sistema, promoviendo agendas progresistas que no se ajustan a la realidad socioeconómica de los pueblos.

Hoy, el populismo retoma las raíces culturales y los lazos tradicionales para enfrentar al elitismo impuesto por pequeños grupos del mercado. Izquierda y derecha populares vuelven a complementarse contra las izquierdas y derechas teledirigidas desde las finanzas a través de partidos y frentes.

El populismo surgió, por un lado, en la Rusia zarista con el Sobornost —como comunidad natural— para abordar los problemas del campesinado más vulnerable; y, por otro, en Estados Unidos a fines del siglo XIX, cuando los monopolios, la banca y el gobierno endeudaban a los campesinos y se apropiaban de sus tierras. Hoy, un siglo después, resurge contra las izquierdas y derechas sistémicas, contra una banca que endeuda naciones creando dinero de la nada, y contra consorcios económicos de energía, alimentos y tecnología.

El populismo, como fenómeno político, no es una ideología rígida ni un sistema doctrinal cerrado, sino una reacción que emerge cuando las estructuras de poder—ya sean económicas, políticas o culturales—se divorcian de las necesidades y valores de la naciones. Su esencia radica en la confrontación entre "el pueblo", entendido como una comunidad orgánica con identidad propia, y las élites, percibidas como grupos distantes que imponen agendas ajenas a la realidad cotidiana de la gente. Esta dinámica ha adoptado distintas formas a lo largo de la historia, desde las revueltas agrarias en la Rusia zarista hasta los movimientos greenback en los Estados Unidos del siglo XIX. Hoy, en un mundo dominado por corporaciones transnacionales y una tecnocracia globalista, el populismo resurge con fuerza, pero bajo nuevas condiciones, ya no es solo una lucha entre capital y trabajo, sino una batalla por la soberanía cultural, la autonomía política y la supervivencia de las identidades nacionales frente a un proyecto homogenizador.

Los primeros movimientos populares modernos arrancan en Hispanoamérica y España. Los comuneros fueron los primeros en enfrentar a la monarquía española tanto por sus impuestos como por sus excesos de autoridad. 


El Narodnichestvo Ruso y la Búsqueda de la Comunidad Perdida


En la Rusia del siglo XIX, el populismo—conocido como narodnichestvo (de narod, "pueblo")—surgió como respuesta a la brutal modernización impuesta por el zarismo y la creciente influencia del capitalismo occidental. Los narodniki eran intelectuales, muchos de ellos aristócratas desencantados, que idealizaban al campesinado ruso como guardián de una espiritualidad auténtica, opuesta al materialismo burgués de Europa. Inspirados por pensadores como Aleksandr Herzen y Nikolái Chernyshevski, creían en la obshchina (la comuna campesina) como modelo de una sociedad igualitaria basada en la propiedad colectiva de la tierra.

El movimiento populista ruso tuvo dos caras: una pacífica, dedicada a la educación y la concientización del campesinado, y otra revolucionaria, encarnada en grupos como Narodnaya Volya ("Voluntad del Pueblo"), que recurrió al terrorismo político—el asesinato del zar Alejandro II en 1881 fue su acto más célebre. Sin embargo, el fracaso de los narodniki radicó en su romanticismo: los campesinos, lejos de abrazar su causa, a menudo los veían como intrusos ajenos a su realidad. Aun así, su legado influyó en el socialismo ruso posterior, incluidos los bolcheviques, aunque estos terminarían traicionando el espíritu comunitario original al imponer un Estado centralizado y burocrático.

La idea de sobornost—un término eslavófilo que denota la unidad espiritual de la comunidad—fue otro pilar del populismo ruso. Frente al individualismo liberal y el colectivismo marxista, proponía una síntesis donde la libertad personal solo podía realizarse dentro de un orden orgánico, no impuesto desde arriba. Esta tensión entre modernización y tradición, entre Occidente y la "Rusia eterna", sigue presente hoy entre nacionalistas rusos como defensores de la civilización rusa frente a la decadencia liberal.


El Populismo Estadounidense. De los Greenbacks a la Rebelión Agraria


Mientras Rusia lidiaba con el zarismo, Estados Unidos vivía su propia versión del populismo, surgida de las crisis económicas que siguieron a la Guerra Civil. El movimiento greenback, activo en las décadas de 1870 y 1880, denunciaba el control de la economía por parte de los bancos del noreste, que imponían un sistema monetario basado en el patrón oro, beneficiando a los acreedores y estrangulando a los agricultores endeudados. Los greenbackers exigían la emisión de papel moneda (greenbacks) no respaldado por oro, para expandir la circulación de dinero y aliviar la deuda rural.

Este movimiento sentó las bases del People’s Party (Partido Populista) de la década de 1890, que unió a agricultores del Sur y el Medio Oeste contra los monopolios ferroviarios, la banca Wall Street y el gold standard. Su líder más célebre, William Jennings Bryan, pronunció en 1896 su famoso discurso contra la "cruz de oro", denunciando la explotación financiera de las clases trabajadoras. Aunque un peligro para republicanos y demócratas asociados a los trust, el Partido Populista fue absorbido por los demócratas y su agenda diluida, su legado perduró en reformas como el impuesto progresivo y la regulación de los trusts.

Lo distintivo del populismo estadounidense fue su carácter descentralizado y su apego a la democracia directa—iniciativas como el referéndum y la elección directa de senadores fueron propuestas suyas. 


El Populismo en la Posmodernidad


El colapso de la Unión Soviética en 1991 marcó el triunfo temporal del neoliberalismo, pero también el inicio de su crisis. La promesa de que el libre mercado global traería democracia y prosperidad se quebró ante las desigualdades generadas por la desindustrialización, la financiarización de la economía y la erosión de los Estados nacionales. En este vacío, el populismo resurgió, pero ya no como un movimiento de clase al estilo tradicional, sino como una rebelión contra lo que el politólogo Jan-Werner Müller llama "el fundamentalismo de mercado" y su correlato cultural, el progresismo globalista.

En Europa, partidos como el Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, en Francia o el Movimiento 5 Estrellas en Italia canalizaron el descontento contra la UE, acusada de priorizar los intereses de las corporaciones sobre los trabajadores. En América Latina, figuras como Hugo Chávez y Evo Morales combinaron retórica antiimperialista con políticas asistencialistas, aunque su dependencia del extractivismo y su autoritarismo terminaron reproduciendo los vicios de las élites que decían combatir.

Pero es en Estados Unidos donde el populismo adquirió su forma más paradójica, Donald Trump, un magnate inmobiliario, se presentó como voz de los "olvidados" frente a la "clase política de Washington". Su ataque contra el libre comercio, los medios de comunicación y la inmigración ilegal resonó en sectores que se sentían abandonados por la globalización. Pero sin embargo su fidelidad a la finanza lo alejan del populismo auténtico. Al mismo tiempo, en la izquierda, Bernie Sanders retomó la tradición greenback al denunciar a la oligarquía financiera, aunque su programa—basado en el big government—difícilmente encaja en el populismo clásico.


La Guerra Cultural y el Futuro del Populismo


Hoy, el populismo ya no se define por la dicotomía izquierda-derecha, sino por su oposición a lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina "el infierno de lo igual", un mundo donde las diferencias culturales son borradas en nombre del multiculturalismo abstracto, mientras las desigualdades económicas se profundizan. La batalla ya no es solo por el salario, sino por el derecho a existir como comunidad histórica.

Los "chalecos amarillos" en Francia, los agricultores holandeses que protestan contra las políticas climáticas, los sindicatos argentinos que resisten el ajuste del FMI—todos son expresiones de un mismo malestar: la sensación de que las decisiones ya no se toman en los parlamentos, sino en foros como Davos o la ONU, donde burócratas no electos imponen agendas sin consultar a los afectados.

El gran riesgo del populismo es caer en el nacionalismo reaccionario o en el autoritarismo plebiscitario. Pero su gran virtud es recordar que, sin soberanía popular, no hay democracia real. En un mundo donde la tecnología y el capital fugaz disuelven los lazos sociales, el populismo—cuando logra evitar los cantos de sirena del fascismo o la demagogia—puede ser la última barrera contra la tiranía de los sin rostro.


Populismo Contra Demagogia 


Siempre han confundido demagogia y populismo pero son distintos, ambos vinculados a la política y al manejo del discurso para ganar apoyo. La demagogia es una estrategia retórica en la que un líder político o no apela a emociones, prejuicios o deseos inmediatos del público, a menudo con promesas exageradas o engañosas, sin intención real de cumplirlas. Se centra en manipular las percepciones de la gente mediante argumentos simplistas o falacias, buscando el beneficio propio o la consolidación de poder sin sustento en políticas concretas.

El populismo, por otro lado, es una ideología o estilo político que divide la sociedad en dos grupos antagónicos: "el pueblo puro" y "las élites corruptas". Aunque también recurre a un discurso emocional y simplificado, el populismo suele presentarse como un movimiento que defiende los intereses de una mayoría perjudicada frente a minorías privilegiadas. A diferencia de la demagogia, que es esencialmente un método manipulador, el populismo puede traducirse en acciones políticas reales, ya sea desde la izquierda o la derecha, aunque a menudo polariza y desprecia instituciones establecidas.

Mientras la demagogia es una herramienta retórica usada por cualquier político, independientemente de su ideología, el populismo tiene un componente identitario y de confrontación social más marcado. Ambos pueden combinarse, pero el populismo no siempre es demagógico, y la demagogia no siempre es populista.


¿Hacia un Nuevo Sobornost?


El populismo del siglo XXI debe aprender de sus errores históricos: los narodniki fracasaron por su desconexión con el pueblo, los greenbackers por su incapacidad para construir alianzas duraderas. Hoy, el desafío es articular un proyecto que combine democracia económica con identidad cultural, que rechace tanto el fundamentalismo de mercado como el totalitarismo identitario. La respuesta podría estar en una moderna sobornost: ni individualismo neoliberal ni colectivismo estatal, sino comunidades libres que deciden su destino sin imposiciones externas.

La oligarquía global ya declaró la guerra a este ideal. La pregunta es si el pueblo—esa masa heterogénea y a menudo contradictoria—logrará encontrar su voz antes de que sea demasiado tarde.


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