KWH Como UCB (unidad de cuenta bilateral) . Segunda parte.

 

Siguiendo con el tema que veníamos plantando sobre herramienta de cambio. Ya tocamos anteriormente esta cuestión  en un artículo. Pero dejamos algunas cosas afuera y pensamos explayarnos un poco.
En el entramado de las economías globales actuales, marcadas por un exceso de deuda, una crisis cambiaria, una desconfianza creciente en las monedas fiduciarias y una subordinación generalizada a los sistemas de pago controlados por algunos grupos, resulta imperioso explorar nuevas formas de intercambio económico que escapen a los condicionamientos de los regímenes financieros centralizados. Es en este marco donde la idea de utilizar el kilovatio-hora (kWh) como unidad de cuenta bilateral adquiere una relevancia particular, no ya como un mero mecanismo técnico neutral, sino como una herramienta de emancipación estratégica para aquellos países o bloques que buscan autonomía económica, energética y geopolítica.
El kWh como unidad de cuenta no debe entenderse simplemente como una conversión práctica entre energía y mercancía, sino como una forma de medir el valor desde lo físico, desde lo que no puede ser manipulado con la facilidad de una tasa de interés o una emisión monetaria artificial. Lo que se propone aquí no es reemplazar al dólar con otro signo monetario, sino desplazar la lógica abstracta del valor especulativo hacia una lógica de valor útil, mensurable, de raíz concreta. En este sentido, se trata de una operación no sólo económica, sino también epistemológica y política.
Una de las principales ventajas de utilizar el kWh como denominador común de los intercambios bilaterales es que no requiere confianza en una moneda tercera. El dólar, el euro, incluso el yuan, operan en función de la confianza —muchas veces forzada, otras veces ilusoria— en la solvencia o estabilidad de los bancos centrales emisores. Pero el kWh no necesita promesa y es, ha sido, y será un valor intrínseco porque responde a una necesidad universal —la energía. Si hay energía, hay producción; si hay producción, hay civilización.
Desde un punto de vista histórico, cada intento de establecer unidades de cuenta alternativas ha chocado con dos grandes obstáculos: la falta de respaldo tangible y la falta de aceptación política. El kWh resuelve ambos problemas. Por un lado, es una unidad física con valor real; por otro, puede articularse bilateralmente entre países sin necesidad de una aceptación global. A diferencia de las criptomonedas, cuya volatilidad ha sido su mayor obstáculo para ser adoptadas como unidad de cuenta, el kWh puede ser estimado con márgenes de variación mucho menores si se aplica un promedio móvil de precios —por ejemplo, el promedio trimestral de los mercados eléctricos mayoristas de Europa o Asia.
Un sistema bilateral de pagarés denominados en kWh puede tomar múltiples formas. El mecanismo más directo es el intercambio físico de energía, el país importador paga con energía generada localmente, sea electricidad, gas o incluso petróleo convertido a su equivalencia en kilovatios-hora. Pero más interesante aún es la posibilidad de liquidación por equivalencias: un país puede pagar una deuda en kWh entregando cantidades acordadas de trigo, litio, cobre, arroz o cualquier otro bien que pueda ser cuantificado según su energía incorporada. Esta tabla de equivalencias energética-productiva no sólo es posible sino que ya existe en múltiples estudios de análisis de ciclo de vida (LCA) y economía ecológica.
Tomemos como ejemplo el caso de Argentina y Bolivia. Mientras Argentina tiene una matriz energética con grandes excedentes hidroeléctricos en ciertas zonas (como el Litoral) y renovables en expansión, Bolivia cuenta con reservas estratégicas de litio y gas natural. Una turbina generadora fabricada en Argentina podría ser vendida a Bolivia por un valor expresado en 500.000 kWh. Bolivia podría cancelar este pagaré entregando gas o carbonato de litio, calculado según su contenido energético o su paridad con el precio del kWh pactado de antemano. Este precio podría no coincidir con el valor internacional del mercado —y ahí está el verdadero punto de ruptura: se trata de contratos bilaterales donde se redefine el valor según oferta y demanda locales, acuerdos mutuos y no según índices dictados por Londres o Nueva York.
Desde luego, existen desafíos técnicos y políticos. El primero y más obvio es la volatilidad relativa de los precios de la energía. Pero esto puede solucionarse mediante cláusulas de estabilización que promedien precios regionales de mercados eléctricos como el Nord Pool (Escandinavia), el OMIE (España-Portugal), o el CAMMESA (Argentina), tomando referencias cruzadas. Además, podría establecerse una fórmula de ajuste indexada a una canasta energética multifuente (eólica, hidro, solar, nuclear, térmica) para reducir el impacto de fluctuaciones estacionales o geopolíticas.
El segundo obstáculo es la asimetría energética entre los países. No todos los Estados pueden producir energía en la misma escala ni con la misma eficiencia. Pero esa es justamente la base de los intercambios: en vez de hablar de déficit comercial en términos monetarios, se puede hablar de déficit energético compensable mediante otros bienes. Así, el comercio deja de ser una competencia por divisas y se transforma en una cooperación por necesidades energéticas mutuas.
Otro punto clave que debe considerarse es la infraestructura legal y contractual. Los contratos denominados en kWh requerirán cláusulas jurídicas específicas que contemplen los medios de pago, los mecanismos de conversión, las eventuales penalidades por incumplimiento, y sobre todo, una jurisdicción neutral o un tribunal bilateral para resolver disputas. En este sentido, se podrían utilizar cortes regionales como el Tribunal de la ALBA, la Corte Económica Euroasiática, o incluso crear cámaras de compensación bilaterales con arbitraje rotativo.
Una innovación adicional consistiría en tokenizar los pagarés en plataformas blockchain, creando instrumentos digitales con respaldo energético verificable. No hablamos aquí de crear otra criptomoneda especulativa, sino de representar digitalmente derechos de cobro en kWh, registrados en una red distribuida entre las partes. Esto permitiría trazabilidad, automatización de pagos y protección ante manipulación externa. Existen ya proyectos piloto en Suiza y Alemania que respaldan criptoactivos con energía solar almacenada, lo cual podría servir como base tecnológica para este tipo de sistemas.
Por otro lado, el uso del kWh como UCB permitiría reconstruir una forma de contabilidad económica más transparente. En lugar de balances financieros inflados por valorizaciones bursátiles o activos intangibles, los países podrían comenzar a registrar sus intercambios en términos energéticos, permitiendo una lectura más concreta de la sustentabilidad real de sus economías. Esto incluso podría derivar en una nueva forma de Producto Interno Energético (PIE), como métrica paralela al PBI, que indique la cantidad de energía útil circulando en la economía, tanto en producción como en intercambio.
En términos geopolíticos, el uso de una unidad de cuenta energética implicaría una disrupción sustancial en el orden financiero mundial. Desde Bretton Woods hasta la fecha, todo intento de salirse del patrón dólar ha sido castigado con bloqueos, guerras o golpes de Estado. Lo fue Libia cuando propuso su dinar africano respaldado en oro; lo fue Irak cuando quiso vender petróleo en euros. Pero a diferencia de esas propuestas monetarias de respaldo estático, el kWh representa un respaldo dinámico, renovable y distribuido, que puede mutar según las fuentes y los acuerdos entre partes. No requiere acumular reservas en bóvedas ni generar confianza en un banco emisor. Lo que necesita es capacidad de generar, medir y registrar energía.
Incluso a nivel multilateral, este sistema podría ser escalado a través de un Consorcio de Energía como Moneda (CEM), en el que varios países acuerden precios de referencia por regiones, faciliten las conversiones y organicen ferias de intercambio energético-productivo. Un ejemplo rudimentario de esto se dio en la Iniciativa PetroCaribe, donde Venezuela ofrecía petróleo a crédito a países del Caribe con pagos diferidos en bienes o servicios. Lo que faltó allí fue una unidad técnica de cuenta y una transparencia contractual que evitara la politización del mecanismo. Con el kWh como medida objetiva, tales iniciativas podrían ganar legitimidad y eficiencia.
Ahora bien, para que este modelo funcione no alcanza con tener energía. Hace falta voluntad política para desprenderse del dólar, para dejar de medir el valor en función de la rentabilidad financiera y empezar a medirlo en función de la utilidad social. Esto implica transformar los bancos centrales, los ministerios de economía y las cámaras de comercio. Significa aceptar que el valor no se crea en una bolsa de valores, sino en un panel solar, una turbina eólica, una planta de arroz o una central hidroeléctrica.
También implica, por supuesto, un reentrenamiento técnico. Economistas, contadores, diplomáticos y juristas deberán acostumbrarse a trabajar con tablas de equivalencias energéticas, índices físicos y contratos indexados a commodities reales. Pero este esfuerzo vale la pena si permite recuperar soberanía, estabilidad y proyección a largo plazo.
Una crítica habitual a este tipo de propuestas es que “la energía también tiene precio en dólares”, y por tanto no se escapa del sistema dominante. Pero este razonamiento confunde el precio con la unidad de cuenta. El dólar es una unidad convencional que refleja un precio arbitrario; el kWh es una unidad física que expresa un contenido real. Al fijar el precio de los intercambios en kWh, se está desdolarizando la estructura de valor, no necesariamente el instrumento de pago final. La conversión a divisas puede existir, pero subordinada al valor físico, y no al revés. 1 KWH como 1 segundo o 1 metro es el mismo de noche o de día, en verano o en invierno, en China o Argentina.
Es aquí donde se abre la posibilidad de crear una nueva clase de instrumentos financieros post-capitalistas, no basados en deuda sino en producción energética. Un pagaré en kWh no es una promesa de pago monetario, sino una promesa de energía, de trabajo, de servicio útil. Esto redefine el crédito. Ya no es confianza en una banca, sino confianza en la capacidad productiva real.
Y esta redefinición no sólo tiene consecuencias económicas, sino también ecológicas. Si el valor se mide en energía, entonces el despilfarro, la obsolescencia programada o la especulación inmobiliaria dejan de ser “negocios” para convertirse en disvalores. Una economía regida por el kWh tendería naturalmente a la eficiencia, al bajo consumo, a la producción descentralizada y al equilibrio territorial. Porque allí donde no se puede generar energía, tampoco se puede generar crédito.
En última instancia, el uso del kWh como unidad de cuenta bilateral no es una simple herramienta de intercambio comercial entre países sancionados o periféricos. Es una propuesta civilizatoria que coloca a la energía —y no al dinero— en el centro del sistema económico. Y con ello, permite volver a pensar la economía como administración de los bienes reales, no como simulacro contable. Nos permite ser concientes de lo que el dinero siempre fue, información y energía sintetizado en poder/soberanía.
Queda por delante el desafío de implementarlo. Pero toda revolución comienza con un cambio de medida. Medir es poder. Y medir en kWh, en vez de en dólares, puede ser el primer paso hacia una economía más justa, más soberana, y más anclada en lo que verdaderamente importa, la capacidad de transformar el mundo físico, de alimentar al pueblo, de mantener la luz encendida.

Aplicación Práctica y Simulación Bilateral: Argentina–Argelia

Supongamos que Argentina necesita importar fósforo blanco y fertilizantes fosfatados para su agroindustria, y Argelia —productor histórico de estos minerales estratégicos— desea adquirir tecnología para generación solar distribuida y equipos de litio-ion para almacenamiento. Ambos países, históricamente dependientes del dólar para su comercio exterior, buscan un mecanismo que los libere de la intermediación financiera internacional, evite comisiones de cambio, y los proteja ante sanciones o bloqueos logísticos.
Bajo un acuerdo bilateral con unidad de cuenta en kilovatios-hora, el intercambio se formaliza de la siguiente forma:

1. Determinación del precio del kWh de referencia: Se acuerda tomar el promedio trimestral del precio mayorista de electricidad de la región Suramericana para el semestre anterior, por ejemplo, USD 0.085 por kWh.
2. Valoración del intercambio: Argelia acuerda vender 3.000 toneladas de fosfato monoamónico, valuadas en 1,7 millones de dólares. Argentina acuerda vender 800 baterías solares de litio de 15kWh cada una, más 120 inversores solares de media tensión, con un valor equivalente.
Ambos ítems se expresan en kWh:
1,7 millones de USD ÷ 0.085 USD/kWh = 20 millones de kWh.
El paquete de baterías e inversores tiene una equivalencia de producción energética futura estimada en 20 millones de kWh en diez años de vida útil.
3. Formalización del acuerdo: Se firma un pagaré recíproco: Argelia entrega los fosfatos ahora, Argentina entrega los equipos en 90 días. El pagaré denomina la deuda en kWh y permite compensación con entrega física, conversión en litio, trigo o gas, o liquidación parcial en divisas al tipo de cambio pactado por ambas partes.
4. Compensación energética: En caso de desequilibrio (por ejemplo, un retraso o devaluación tecnológica de los equipos), la diferencia se liquida en especie: Argentina puede pagar el excedente en forma de harina de soja u otro producto a valor energético equivalente.
Esta metodología evita transferencias bancarias internacionales, elimina el riesgo cambiario vinculado a la volatilidad de monedas fiduciarias, y estimula el comercio directo entre sectores productivos.

Ejemplo Alternativo con Energía Física: Bolivia–Pakistán

Bolivia necesita importar tecnología ferroviaria y Pakistán desea adquirir gas natural licuado (GNL). Se acuerda que:
Pakistán vende 2 locomotoras eléctricas por 15 millones de kWh.
Bolivia liquida el pagaré entregando 2 cargamentos de GNL de 125.000 metros cúbicos cada uno.
La equivalencia energética del GNL (según PCI) es de 7.5 kWh por metro cúbico → 2 × 125.000 × 7.5 = 1.875 millones de kWh por embarque, 3.75 millones en total.
Diferencia: 15 – 3.75 = 11.25 millones de kWh pendientes, a compensar en un plazo de 180 días en gas o equivalente agroindustrial.
Este ejemplo muestra cómo un país exportador energético con recursos tangibles puede acceder a bienes industriales sin emitir divisas ni depender de eurodólares, utilizando directamente su matriz energética como moneda real.

Versión Jurídica Simplificada del Pagaré en kWh

Pagaré de Obligación Energética Bilateral

En la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, a los 15 días del mes de julio de 2025, la Empresa Estatal de Energía de Bolivia (ENDE) y la Compañía Ferroviaria Nacional de Pakistán (CFNP) acuerdan lo siguiente:

Cláusula Primera – Objeto
La CFNP entrega en esta fecha a ENDE dos locomotoras eléctricas modelo XP-2200, nuevas y aptas para servicio industrial. El valor del bien entregado se pacta en kilovatios-hora (kWh) como unidad de cuenta, por un total de 15.000.000 kWh (quince millones de kilovatios-hora).

Cláusula Segunda – Unidad de cuenta y referencia
A los efectos de este instrumento, el kWh se valúa según el precio promedio mensual del mercado eléctrico mayorista de Asia Central correspondiente al segundo trimestre de 2025, publicado por el organismo regulador regional (previamente aceptado por ambas partes).

Cláusula Tercera – Forma de cancelación
La obligación asumida por ENDE podrá cancelarse por cualquiera de los siguientes medios, o por una combinación proporcional de los mismos:
a) Entrega física de energía (GNL, electricidad, gas natural comprimido) equivalente al monto pactado;
b) Entrega de bienes primarios (soja, litio, minerales u otros) cuya equivalencia energética se acuerde conforme a la tabla anexa al presente instrumento;
c) Transferencia en divisas convertibles (EUR, CNY) según la paridad pactada: 1 kWh = 0.075 USD;
d) Liquidación a través de criptoactivos estables respaldados por energía y certificados por un tercero de confianza.

Cláusula Cuarta – Lugar de entrega y jurisdicción
La entrega física se realizará en los puertos de Ilo (Perú) o Karachi (Pakistán), según disponibilidad logística. En caso de disputa, ambas partes se someten a arbitraje técnico ante la Cámara de Comercio Energética del Grupo G77.
Firmado electrónicamente por las partes intervinientes.

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