Introducción a la Moneda Ciudadana

 

Por una Economía del Valor Real, la Cooperación Productiva y la Soberanía Monetaria Ciudadana


Vivimos bajo el dominio de una ilusión cuidadosamente cultivada en la idea de que el dinero es un reflejo objetivo del valor, una herramienta neutral creada por los mercados o los Estados para facilitar el intercambio. Esta mentira, repetida hasta volverse incuestionable, ha sostenido durante siglos un orden económico basado en la desigualdad estructural, la especulación financiera y la servidumbre por deuda. En realidad, el dinero actual no es neutro, no es democrático, no es real. Es un dispositivo de control que se ha desligado completamente del trabajo, de la producción y de la naturaleza.

El sistema monetario global vigente se basa en una arquitectura de dominación cuyo centro es la creación de dinero como deuda. El 95% del dinero circulante en el mundo no fue emitido por los Estados ni generado por producción, sino por entidades financieras privadas mediante crédito. Es decir, por cada billete, cada saldo bancario, cada moneda digital, existe una contraparte en deuda que debe devolverse con intereses. El dinero nace condicionado no como representación de un bien, sino como obligación. Como deuda. Y esta deuda, en su lógica perversa, no puede saldarse jamás, porque los intereses acumulados superan siempre la cantidad de dinero creada. Este mecanismo —conocido como reserva fraccionaria— convierte a los bancos en verdaderos alquimistas del poder crean dinero de la nada, lo prestan con interés, y absorben trabajo, bienes y tierras sin haber producido nada.

Este modelo no es nuevo. Tiene raíces profundas en la historia. En la Edad Media, la Iglesia prohibía el cobro de intereses, considerando la usura como pecado. Pero a partir del Renacimiento, con el auge de las ciudades-Estado comerciales y los banqueros florentinos, el capital financiero se desató como forma paralela de poder, autónoma del trono y el altar. El patrón oro del siglo XIX impuso una disciplina monetaria basada en la escasez y solo se podía emitir dinero si había metal en las bóvedas. Pero esa escasez era ficticia y funcional al poder imperial para endeudar pueblos y gobiernos. Las colonias no podían emitir su propia moneda, debían depender de las divisas del centro y ese fue uno de los desencadenantes de la independencia norteamericana. Cómo el oro es escaso se especula con ello, si tengo en el mundo solo 100 monedas de oro me bastaría ser prestamista y ofertar solo 10 monedas a 6% de interés compuesto lo q me llevaría a adquirir todo el oro en 40 años. Del mismo modo que si 100 monedas de oro se reparten entre 10 personas, si alguien produce algo solo se verá limitado a producir lo mismo. Si produce más, o baja los recios o baja la producción. Si se pide interés ¿De dónde se sacaría el dinero si este es escaso? a menos que se trabaje o se produzca como forma de "pago". Así nace la esclavitud "por contrato", algo muy común en la antigua Grecia. En economía el 100% puede ir hacia la escasez o a la expansión por ej si la producción (bienes y servicios) van acorde a lo q vale (consumo) este "vale" se materializa en moneda lo q siempre será el 100% sin valores ficticios ya que incluso aumentando la población los servicios/bienes siempre se van a mantener acorde. Cuando solo hay 100 monedas de oro (o del algun recurso escaso) la expansión productiva siempre será un problema, a menos q su expansión sea territorial y se someta o se saquee como siempre nos enseñó la historia. Del mismo modo cuando existe exceso de un recurso dependiente como puede ser petróleo, donde, si dicho recurso no se usa para diversificar la producción su oferta provoca una devaluación. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, el patrón oro fue sustituido por el patrón dólar, una moneda impuesta como referencia global. Y desde 1971, con la desvinculación definitiva entre dólar y oro, vivimos bajo un sistema de dinero puro, emisión sin respaldo material alguno, sostenido únicamente por confianza, poder militar y dependencia sistémica. 

Este orden monetario globalizado ha creado burbujas de riqueza que no son más que castillos de humo. Los Estados se endeudan para financiar servicios que antes garantizaban con soberanía; los ciudadanos se endeudan para estudiar, para curarse, para vivir. Las empresas se endeudan para sobrevivir en mercados manipulados por tasas de interés e impuestos indirectos. La deuda no es un accidente, es el núcleo del sistema. Un sistema donde el crecimiento perpetuo es necesario para evitar el colapso, aunque implique devastar los ecosistemas, precarizar el trabajo o erosionar las comunidades. La inflación es gestionada según intereses financieros; la emisión se decide en función de metas que no contemplan lo humano, sino lo contable. El dinero no circula donde se necesita, sino donde se rentabiliza.

Frente a este escenario, se vuelve urgente imaginar otro modelo. No una simple corrección técnica, sino una ruptura estructural. Un nuevo sistema monetario que reconozca al dinero como convención social al servicio de la comunidad, no como instrumento técnico al servicio del capital. Proponemos una transformación radical de crear un sistema monetario postcapitalista basado en moneda oxidable libre de interés, certificados de producción, gestión descentralizada por DAOs y consejos locales, y respaldo tangible en canastas de bienes y servicios esenciales.

La moneda oxidable libre de interés es la piedra angular de este sistema. Inspirada en las ideas de Silvio Gesell, economista herético del siglo XX, esta moneda pierde valor con el tiempo si no se utiliza. Así, se incentiva la circulación y se impide el acaparamiento. Gesell proponía sellos semanales en billetes para mantenerlos válidos. En Wörgl, Austria, en plena Gran Depresión, este sistema redujo el desempleo, dinamizó el comercio y permitió al municipio pagar obras públicas sin recurrir a préstamos. Fue un experimento de éxito tal que el Banco Central lo prohibió. Hoy, con tecnología digital, podemos automatizar este proceso con contratos inteligentes restan un porcentaje fijo de valor cada semana a los saldos no utilizados. Esa porción "quemada" no se pierde, sino que alimenta un fondo comun gestionado federalmente.

La oxidación no es un castigo. Es una pedagogía. Es la mejor disciplina fiscal. Enseña que el dinero es un bien común, que su función es circular, no acumular. En este modelo, la riqueza no se mide en saldos bancarios, sino en producción, vínculos, infraestructura y conocimiento. Un dinero que se devalúa si no se usa obliga a ponerlo en movimiento a invertir, a consumir de manera responsable, a compartir. La circulación es vida. El estancamiento, muerte.

La emisión monetaria se basa en Certificados de Producción (CP). Toda persona física o jurídica que produzca bienes o servicios puede emitir CP que representen su volumen de producción proyectado en un período determinado, por ejemplo seis meses. Un agricultor que prevé cosechar 100 toneladas de maíz, una cooperativa que fabricará 10 mil prendas, una escuela que brindará 5 mil horas de clases todos pueden emitir CP por ese valor. Ya ni lo publico será un gasto ni lo privado un problema. Estos certificados son validados por mutuales, gremios u organizaciones de base, y registrados en una plataforma pública y auditable. Sirven como respaldo para la emisión monetaria la moneda se emite contra producción esperada, no contra deuda ni especulación.

Los CP también permiten acceder a bonificaciones y contraprestaciones descuentos en insumos, acceso a servicios médicos, becas educativas, seguridad cooperativa. No son meros papeles contables, sino derechos sociales. Al final del ciclo, se coteja la producción real si el emisor produjo menos de lo declarado, abona la diferencia; si produjo más, se le reconoce el excedente. Así, el sistema se autorregula no se puede emitir más de lo que se produce, pero tampoco se castiga el crecimiento. La riqueza no se mide en acciones de bolsa, sino en toneladas, horas, kilovatios.

El respaldo de la moneda ya no sería oro ni divisas extranjeras, sino una canasta de bienes y servicios esenciales, ajustada periódicamente mediante inteligencia colectiva y datos reales como alimentos básicos, energía renovable, vivienda social, horas de trabajo calificado. Cada unidad monetaria equivale a una porción de esa canasta. Así se evita la inflación por desajuste entre dinero y bienes reales. No se emite porque lo pide el mercado financiero, sino porque hay producción disponible para respaldar la circulación.

Este modelo necesita una autoridad monetaria ciudadana, independiente de gobiernos y bancos, organizada como una DAO (Organización Autónoma Descentralizada). Esta estructura utiliza contratos inteligentes para ejecutar decisiones tomadas por votación, ponderadas por participación en la economía real. Cada ciudadano, cooperativa o gremio tiene tokens de voto que representan su contribución al sistema. No es una tecnocracia, sino una democracia económica. Las DAOs gestionan la emisión, la oxidación, la redistribución de fondos y los ajustes en la canasta. A su vez, se articulan con asambleas locales que regulan los usos concretos del dinero en cada territorio. Así se logra un equilibrio entre automatización digital y deliberación comunitaria.

Esta Autoridad Monetaris Ciudadana no será una autoridad estatal subordinada al poder político ni a una agencia privada capturada por bancos. La AMC sería una red nacional  descentralizada y federal de industrias y servicios. Una institución mixta, democrática, técnica y transparente. Sus decisiones se basarán en indicadores objetivos como Producto Bruto Regional, cantidad de CP emitidos, niveles de consumo, inversión y desempleo. Usará tecnologías como blockchain para auditar las transacciones, validar los CP y garantizar la trazabilidad de los fondos. Su autonomía evitará el uso político de la moneda y su participación comunitaria garantizará que los recursos respondan al interés común.

La moneda circula en dos formatos el electrónico y físico. El formato electrónico utiliza crédito/tokens emitidos en una blockchain pública y resistente a la censura. Las transacciones se registran con trazabilidad, transparencia y bajo costo. El formato físico —necesario en regiones sin conectividad o para operaciones presenciales— consiste en billetes con vencimiento programado de marcas térmicas que se degradan, códigos QR con fecha de expiración, o validaciones periódicas en nodos comunitarios. En ambos casos, la lógica es la misma al evitar la acumulación improductiva y fomentar el uso activo del dinero.

Para el comercio internacional, el sistema propone Pagarés Convertibles. Un país exportador emite un pagaré que representa su producción en dólares o en bienes equivalentes. El país importador lo adquiere y se compromete a pagar al vencimiento con productos, servicios o divisas. Esto elimina la dependencia de divisas duras, permite flexibilidad, y crea redes de intercambio más justas. También se pueden emitir títulos en activos productivosqqq, no oxidados pero con vencimiento, como forma de ahorro respaldada por energía, alimentos o infraestructura.

Este modelo no es teoría abstracta. Puede ensayarse desde abajo, en una región, en un municipio, en una red de cooperativas. Ya existieron casos en Austria, Alemania o España. Un municipio podría pagar parte de los salarios en esta moneda. Una feria popular podría adoptarla como medio de intercambio. Una red de producción agroecológica podría usarla para distribuir alimentos, herramientas y formación. La escala es flexible. La legitimidad surge de su utilidad. Si el dinero permite comer, curarse, formarse y producir, será aceptado. No porque lo imponga una ley, sino porque lo exige la vida.

Las objeciones son previsibles. ¿Qué pasa con los ahorristas? Se les ofrecerán títulos en activos reales o tendrán su caja de ahorro. ¿Qué pasa con los especuladores? No encontrarán margen la oxidación y el respaldo tangible impiden las burbujas. ¿Qué pasa con la dualidad monetaria? Contratos inteligentes pueden gravar progresivamente la conversión a monedas externas, desincentivando la fuga. ¿Qué pasa con el control? La transparencia es total. Todo se registra. Nada se oculta. El sistema actual, basado en secretos bancarios, paraísos fiscales y arbitrariedades monetarias, no resiste comparación.

¿Queremos un dinero que acumule poder o un dinero que distribuya riqueza? ¿Queremos seguir atados a un sistema que convierte deuda en dinero y dinero en dependencia, o ensayar uno que convierte trabajo en moneda y moneda en derechos? ¿Queremos bancos opacos, o asambleas abiertas? ¿Queremos inflación planificada y pobreza estructural, o soberanía y abundancia solidaria?

Es una invitación. A pensar el dinero desde otro lugar. A recuperar su sentido original ser una herramienta de mediación entre personas, no una forma de dominación sobre ellas. A construir una economía que no explote al ser humano ni a la naturaleza, sino que se articule con ellos. A dejar atrás la ilusión del crecimiento infinito, y abrazar el principio de suficiencia justa. 

La historia monetaria ha sido, hasta hoy, una historia de servidumbre. Es tiempo de convertirla en una historia de emancipación. Las herramientas están listas. El modelo está claro. Lo que falta es coraje. El dinero puede ser una cárcel invisible, o puede ser una herramienta de liberación. Elegimos lo segundo.


Las dos formas de Moneda:


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